XVIII. LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS


Que no consiste –como alguien me dijo una vez– en creer que todos los santos hicieron la Primera Comunión.

Piensa en qué significa la palabra comunión. Ella misma lo dice: es la común unión. En la Misa, la comunión es el momento en el que recibimos el pan consagrado, el Cuerpo de Jesús. Todos comemos del mismo pan, todos nos unimos a Él y, así, nos unimos entre nosotros. Se trata de una común unión en Jesús. Comunión.

Creer en la comunión de los santos consiste en creer que todos los santos estamos unidos. Y permanecemos unidos, incluso, más allá de la muerte. Ni ella puede separarnos.

Probablemente, te parecerá mucha chulería que yo utilice la primera persona, que me incluya entre los santos. ¿Tan poco modesto soy? ¿Tan bueno me creo?

No. No se trata de que yo sea un creído. Es que aquí la palabra santo tiene un significado más universal. Los santos somos todos los miembros de la Iglesia, o sea, todos los bautizados. Porque todos, en el Bautismo, hemos recibido la semilla de la santidad, que estamos llamados a desarrollar en plenitud. Somos santos, no porque nos lo ganemos con nuestros méritos, sino porque Dios –el Santo por excelencia– nos hace santos, haciéndonos participar de su santidad. Él es la fuente de toda santidad.

Y todos permanecemos unidos. Hay una unidad entre todos los miembros de la Iglesia, que nace de nuestro Bautismo. Una unidad que no rompe ni la muerte. Por eso rezamos por los difuntos. Y confiamos que también ellos piden a Dios por nosotros.

La muerte divide la Iglesia en dos mitades: la de aquellos que aún caminamos por este mundo (y que, por eso, llamamos Iglesia peregrina) y aquellos que ya han cruzado el umbral de la muerte (que, en Teología, se llama la Iglesia triunfante, porque, con Jesús, han triunfado sobre la muerte y el pecado). Pero todos permanecemos unidos en comunión.

En el fondo, creer en la comunión de los santos es creer en la Iglesia, es decir, en nosotros mismos. Y en Jesús, que es la Cabeza de este Cuerpo que formamos todos nosotros. Y nos ayudamos unos a otros. Y rezamos unos por  otros, es decir, pedimos favores a Jesús los unos para los otros. Porque estamos unidos como hermanos. En comunión.




La Palabra de Jesús:

"Se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. De pronto, faltó vino, porque se había acabado. Entonces, le dice a Jesús su madre:

- No tienen vino.

Jesús le responde:

-¿Qué nos importa a ti y a mí, mujer? Todavía no ha llegado mi hora.

Pero su madre dijo a los sirvientes:

- Haced lo que él os diga.

Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, en las que cabían alrededor de cien litros en cada una. Jesús les dice:

- Llenad las tinajas de agua.

Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dijo:

- Sacadlas ahora y llevadlas al maestresala.

Ellos las llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como no sabía de dónde era (los sirvientes sí que lo sabían), llamó al novio y le dijo:

- Todo el mundo sirve primero el vino bueno y, cuando ya se ha acabado, el peor. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora.

Así, en Caná de Galilea, comenzó Jesús sus señales".

(Del Evangelio de Juan, capítulo 2, versículos del 1 al 11. Jn. 2,1-11)



También puedes leer...

Mt. 12, 46-50               "Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre".

Mt. 18, 15-20               "Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos".

Lc. 16, 19-31               "Con todo, te ruego , padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio".

Jn. 15, 1-17                 "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque separados de mí no podéis hacer nada".

Jn. 17                          "Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti".

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