XVII. LA SANTA IGLESIA CATÓLICA


Iglesia quiere decir en griego asamblea. Y eso es la Iglesia: la asamblea, la comunidad de todos los que creemos en Jesús, de todos los bautizados. Lo primero que tenemos que evitar, por tanto, es pensar sólo en los curas y las monjas, el Papa y el Vaticano, cuando hablamos de la Iglesia. Ellos son Iglesia, sí. Pero también lo es Teresa de Calcuta (cuando vivía en la India y ahora en el cielo). También lo es ese campesino que en Centroamérica arriesga la vida por su fe. También esos jóvenes que trabajan con ilusión en sus parroquias son Iglesia. Yo también soy Iglesia. Y tú, si así lo quieres.

Iglesia somos todos. Y la Iglesia es católica, que en griego quiere decir universal.

Hasta la llegada de Jesús, cada pueblo tenía sus propios dioses y sus propias creencias; su propia religión. La religión formaba parte de la cultura de cada pueblo, que lo distinguía de los pueblos vecinos. Era una seña de identidad. Lo mismo ocurría, por ejemplo, con la lengua.

Los judíos tenían su propia religión. Los cananeos, la suya. Los egipcios creían en unos dioses; los fenicios, en otros. Los griegos tenían sus propios mitos y los romanos, que prácticamente los copiaron, cambiaron el nombre de los héroes y de los dioses para poderlos sentir suyos.

La fe en Jesús, sin embargo, no es propiedad de nadie. Es una fe católica, es decir, universal. Cualquier hombre o mujer, de cualquier raza, lengua, pueblo o nación, puede adherirse a ella. Basta con que acepte a Jesús y quiera seguir su ejemplo.

Por eso la Iglesia es católica. Y es una sola, aunque manifestada en diferentes pueblos y culturas, en diferentes épocas y en diferentes formas.

Y esta Iglesia es santa. Porque Jesús la preside, como cabeza. Él es la cabeza y nosotros somos el cuerpo. Porque el Espíritu actúa en y a través de ella. Por eso, aunque formada por nosotros, que somos pecadores; aunque llena de errores a lo largo de su historia (los errores propios de toda obra humana), la Iglesia es santa. Porque no sólo es obra de los humanos; también es obra de Dios. Sobre todo, es obra de Dios, aunque a veces esta obra quede muy escondida bajo el amasijo de acciones humanas.

Creo en la Iglesia, sí. Creo en la comunidad con la que compartir y celebrar mi fe. La fe en Jesús es comunitaria desde el principio, desde que Él reunió a doce amigos y convivió con ellos. Nada debe suceder entre Dios y yo sin la mediación de la comunidad. No me puedo entender con Dios sin contar con los hermanos.

A Dios se le ama amando a los hermanos. "Si alguno dice 'amo a Dios' y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve" (1 Jn. 4, 20).

La Iglesia es también una estructura, no vamos a ocultarlo. Una estructura a través de la cual y en la cual muchas veces es difícil descubrir a Dios. Pero, a pesar de todo, yo me fío. También aquí, creer es fiarse. Creo que Dios actúa a través de esa estructura y, en ocasiones, a pesar de ella.

Por eso, aunque la fe es algo absolutamente personal, muchas veces, en lugar de decir creo, digo creemos. Porque la fe no me la he inventado yo. La fe ha sido transmitida de generación en generación, desde Jesús hasta nuestros días. La Iglesia, es decir, la comunidad cristiana, es quien ha ido transmitiendo esa fe, garantizando la fidelidad a los orígenes.

Por eso creo en la Iglesia. A pesar de su ejemplo y de su escándalo. Aunque, a veces, no la entienda. Aunque, en algunas cuestiones, no esté muy de acuerdo con quienes la dirigen. Aunque, en ocasiones, me haya hecho daño.

Creo en la Santa Iglesia Católica. También de ella, me fío.




La Palabra de Jesús:

"Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos:

-¿Quién dice la gente que soy yo?

Ellos contestaron:

- Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas.

Él les preguntó:

- Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

Simón Pedro tomó la palabra y dijo:

- Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

Replicó Jesús:

- Dichoso eres, Simón, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo, a mi vez, te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no podrán contra ella. A ti te daré la llave del Reino de los Cielos: lo que ates en la tierra, quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en los cielos".

(Del Evangelio de Mateo, capítulo 16, versículos del 13 al 19. Mt. 16, 13-19)


También puedes leer...

Mt. 4, 18-22                 "Y ellos, al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron".

Mt. 10, 1-15                 "Y llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos".

Mc. 3, 13-19              "Subió al monte y llamó a los que él quiso, y vinieron donde él. Instituyó Doce".

Mc. 6, 7-12                  "Y llamando a los Doce, comenzó a enviarlos de dos en dos".

Lc. 5, 1-11                   "Desde ahora seréis pescadores de hombres".

Lc. 24, 44-53               "Vosotros sois testigos de estas cosas".

Jn. 17                          "No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que a través de su palabra creerán en mí".

Jn. 21, 15-19               "-Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?
-Sí, Señor; tú sabes que te quiero".

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