Iglesia quiere
decir en griego asamblea. Y eso es la
Iglesia: la asamblea, la comunidad de todos los que creemos en Jesús, de todos
los bautizados. Lo primero que tenemos que evitar, por tanto, es pensar sólo en
los curas y las monjas, el Papa y el Vaticano, cuando hablamos de la Iglesia.
Ellos son Iglesia, sí. Pero también lo es Teresa de Calcuta (cuando vivía en la
India y ahora en el cielo). También lo es ese campesino que en Centroamérica
arriesga la vida por su fe. También esos jóvenes que trabajan con ilusión en
sus parroquias son Iglesia. Yo también soy Iglesia. Y tú, si así lo quieres.
Iglesia
somos todos. Y la Iglesia es católica, que en griego quiere decir
universal.
Hasta
la llegada de Jesús, cada pueblo tenía sus propios dioses y sus propias
creencias; su propia religión. La religión formaba parte de la cultura de cada
pueblo, que lo distinguía de los pueblos vecinos. Era una seña de identidad. Lo
mismo ocurría, por ejemplo, con la lengua.
Los
judíos tenían su propia religión. Los cananeos, la suya. Los egipcios creían en
unos dioses; los fenicios, en otros. Los griegos tenían sus propios mitos y los
romanos, que prácticamente los copiaron, cambiaron el nombre de los héroes y de
los dioses para poderlos sentir suyos.
La fe
en Jesús, sin embargo, no es propiedad de nadie. Es una fe católica, es decir, universal. Cualquier hombre o mujer, de
cualquier raza, lengua, pueblo o nación, puede adherirse a ella. Basta con que
acepte a Jesús y quiera seguir su ejemplo.
Por eso
la Iglesia es católica. Y es una sola, aunque manifestada en diferentes
pueblos y culturas, en diferentes épocas y en diferentes formas.
Y esta
Iglesia es santa. Porque Jesús la
preside, como cabeza. Él es la cabeza y nosotros somos el cuerpo. Porque el
Espíritu actúa en y a través de ella. Por eso, aunque formada por nosotros, que
somos pecadores; aunque llena de errores a lo largo de su historia (los errores
propios de toda obra humana), la Iglesia es santa. Porque no sólo es obra de
los humanos; también es obra de Dios. Sobre todo, es obra de Dios, aunque a
veces esta obra quede muy escondida bajo el amasijo de acciones humanas.
Creo en
la Iglesia, sí. Creo en la comunidad con la que compartir y celebrar mi fe. La
fe en Jesús es comunitaria desde el principio, desde que Él reunió a doce
amigos y convivió con ellos. Nada debe suceder entre Dios y yo sin la mediación
de la comunidad. No me puedo entender con Dios sin contar con los hermanos.
A Dios
se le ama amando a los hermanos. "Si
alguno dice 'amo a Dios' y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien
no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve"
(1 Jn. 4, 20).
La
Iglesia es también una estructura, no vamos a ocultarlo. Una estructura a
través de la cual y en la cual muchas veces es difícil descubrir a Dios. Pero,
a pesar de todo, yo me fío. También aquí, creer es fiarse. Creo que Dios actúa
a través de esa estructura y, en ocasiones, a pesar de ella.
Por
eso, aunque la fe es algo absolutamente personal, muchas veces, en lugar de
decir creo, digo creemos. Porque la fe no me la he
inventado yo. La fe ha sido transmitida de generación en generación, desde
Jesús hasta nuestros días. La Iglesia, es decir, la comunidad cristiana, es
quien ha ido transmitiendo esa fe, garantizando la fidelidad a los orígenes.
Por eso
creo en la Iglesia. A pesar de su ejemplo y de su escándalo. Aunque, a veces,
no la entienda. Aunque, en algunas cuestiones, no esté muy de acuerdo con
quienes la dirigen. Aunque, en ocasiones, me haya hecho daño.
Creo en
la Santa Iglesia Católica. También de ella, me fío.
La Palabra de Jesús:
"Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo,
hizo esta pregunta a sus discípulos:
-¿Quién dice la gente que soy yo?
Ellos contestaron:
- Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros,
que Jeremías o uno de los profetas.
Él les preguntó:
- Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
- Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
Replicó Jesús:
- Dichoso eres, Simón, porque eso no te lo ha revelado
ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo, a mi
vez, te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra
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edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no
podrán contra ella. A ti te daré la llave del Reino de los Cielos: lo que
ates en la tierra, quedará atado en los cielos, y lo que desates en la
tierra, quedará desatado en los cielos".
(Del Evangelio de Mateo, capítulo 16, versículos del 13
al 19. Mt. 16, 13-19)
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También puedes leer...
Mt. 4, 18-22 "Y ellos, al instante, dejando la barca
y a su padre, le siguieron".
Mt. 10, 1-15 "Y llamando a sus doce discípulos, les
dio poder sobre los espíritus inmundos".
Mc. 3, 13-19 "Subió al monte y llamó a los que él
quiso, y vinieron donde él. Instituyó Doce".
Mc. 6, 7-12 "Y llamando a los Doce, comenzó a
enviarlos de dos en dos".
Lc. 5, 1-11 "Desde ahora seréis pescadores de
hombres".
Lc. 24, 44-53 "Vosotros sois testigos de estas
cosas".
Jn. 17 "No ruego sólo por éstos, sino también
por aquellos que a través de su palabra creerán en mí".
Jn. 21, 15-19 "-Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que
éstos?
-Sí, Señor; tú sabes que te quiero".
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