XVI. CREO EN EL ESPÍRITU SANTO


Que es presencia de Dios en nuestro propio corazón. Él es el aliento de todo cuanto vive. La palabra con que hablan los profetas. La acción con la que se expresa cada testigo.

El Espíritu es presencia de Dios en nuestro interior. Él nos enseña a rezar y a llamar a Dios Padre. Él nos empuja a obrar y a dar testimonio de Jesús con nuestra propia vida. Él nos sostiene en las dificultades y su gozo nos llena en momentos de alegría.

Tal vez en ocasiones lo amordazamos, no le dejamos hablar por nuestra lengua ni actuar en nuestras obras, pues ante todo somos libres. Pero él espera paciente el momento oportuno en el que nuestro corazón, sintiendo su presencia, rinda generoso su obrar y su pensar.

Dentro de cada uno de nosotros late nuestro corazón. Su latido, silencioso pero continuo, nos mantiene vivos. El corazón es la vida. Pero el corazón son también los sentimientos, el amor y la ilusión que llenan de sentido nuestra vida.

¡Estamos vivos! Alguien nos ha hecho este regalo maravilloso, el regalo más grande que alguien puede recibir. Estamos vivos y experimentamos el gozo de respirar cada día, el gozo de saber que, incluso cuando no lo oímos, nuestro corazón late dentro de nosotros.

Así es el Espíritu de Dios. Él es quien late dentro de nosotros, siempre, cada día, incluso cuando no lo oímos,  cuando no notamos su presencia. Él es el aliento de nuestro aliento, el latido de nuestro latido. Él es el corazón que da vida a nuestro corazón. Él nos regala la vida y nos la conserva.

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Creemos en un solo Dios.

Pero Dios es Padre. Dios es Hijo. Dios es Espíritu Santo.

El Padre no es el Hijo y no es el Espíritu.

El Hijo no es el Padre y no es el Espíritu.

El Espíritu no es el Padre y no es el Hijo.

Pero el Padre es Dios. El Hijo es Dios. El Espíritu es Dios. El único Dios.

La unidad en la diferencia.

Los humanos confundimos muchas veces unidad y uniformidad. Si buscas ambas palabras en el diccionario, verás que no tienen el mismo significado. Una cosa es permanecer unidos y otra ser completa y absolutamente iguales. Nuestro Dios nos recuerda que la unidad no está reñida con la diferencia. Uno es el ser humano, pero los humanos son hombres o mujeres, blancos o negros. Una es la Iglesia, pero su rostro varía en las diferentes culturas. A veces tengo la impresión de que muchos problemas (políticos y religiosos) se solucionarían si aceptáramos de una vez que la diferencia es enriquecedora y no tiene por qué ser sinónimo de división. La clave está en mantener la unidad respetando la pluralidad. Nuestro Dios es único y plural.

Nuestro único Dios es relación. Y comunión.

Como en un coro se oyen diferentes voces, pero todas nos ofrecen una única melodía, así nuestro único Dios nos ofrece la única melodía de su amor con voces diferentes.

La del Padre. La del Hijo. La del Espíritu Santo.

Y todo lo hacemos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.




La palabra de Jesús:

"Los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y, al verle, le adoraron; algunos, sin embargo, dudaron. Jesús se acercó a ellos y les habló así:

- Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo".

(Del Evangelio de Mateo, capítulo 28, versículos 16 al 20. Mt. 28,16-20)



También puedes leer...

Lc. 3, 21-22              "Bajó sobre él el Espíritu Santo en forma de paloma y vino una voz del cielo: Tú eres mi Hijo".


Lc. 10, 21-24            "Con la alegría del Espíritu Santo exclamó: Bendito seas, Padre, porque has revelado estas cosas a la gente sencilla".

Lc. 12, 8-12              "El Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir".

Jn. 16, 7-15             "Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa".

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