XV. AJUZGAR A VIVOS Y MUERTOS


Probablemente, alguna vez, cuando eras pequeño, alguien te dijo aquello de que si eras bueno irías al cielo y si eras malo al infierno. ¿Lo recuerdas, verdad? Pues, mucho me temo que eso no es exactamente así. No es como, probable­mente, lo entendían quienes te lo explicaron y te lo hicieron entender.

Muchas veces ocurre que cuando la mamá no encuentra otro modo de convencer a su hijo para que no haga una travesura, le amenaza gritándole: "Si lo haces, Dios te castigará". El chiquillo, que no acaba de tener muy claro lo de Dios, porque no lo ha visto nunca, comete de todas formas su travesura. El colmo llega más tarde cuando el niño, por una de esas puñeteras casualidades de la vida, se pisa el cordón de su zapato, tropieza y cae por la escalera. Entonces, la mamá le grita triunfante: "¿Lo ves? ¡Dios te ha castigado!"

Lo primero que hemos de decir es que esta madre, con la mejor intención del mundo, aplica una pedagogía desastrosa. Está transmitiendo a su hijo una imagen de Dios que nada tiene que ver con la imagen que nos transmitió Jesús. ¿Recuerdas la imagen de aquel padre que sale corriendo a abrazar y perdonar al gamberro de su hijo? Ése es el Dios del que nos habló Jesús. Y ese Dios no tiene tan mala idea como para hacer que un niño, por muy travieso que sea, se pise el cordón de su zapato y baje las escaleras rodando. No. Dios no se entretiene en esas cosas.

También a mí me enseñaron de pequeño aquello de que Dios "premia a los buenos y castiga a los malos". Pero te repito que eso no es exactamente así. Lo cual no significa que te esté invitando a ser malo–malísimo. Te lo explico.

El cielo, o la salvación, o la vida eterna (como quieras llamarlo) es un regalo tan grande que nadie jamás podrá nunca merecerlo. Es como la vida: nadie hace nada por ganársela; la recibimos, nos viene dada. Y punto.

Nadie puede hacer méritos suficientes para ganar el cielo; nadie es tan bueno como para ganarse vivir con Dios, participar de su vida divina, eternamente. Así, pues, nadie se gana el cielo. Siempre es un regalo de Dios. Y, como todo regalo, es gratuito. No nos lo da a cambio de nada. No nos chantajea. Nos lo da gratis.

Esto no significa, sin embargo, que entonces dé lo mismo ser bueno o malo. No, no da lo mismo.

Dios te regala el cielo. Pero tú puedes aceptar o rechazar ese regalo. O sea, tú vas al cielo si quieres ir. Dios no te coge de los pelos y te lleva a la fuerza. Recuerda que ya en páginas anteriores hablamos de que Dios respeta nuestra libertad. Cuando eres bueno, cuando te esfuerzas por vivir como Jesús vivió y poner en práctica su mensaje, le estás diciendo sí a Dios, le estás haciendo saber que aceptas su regalo. Porque ese regalo se acepta con obras y no sólo con palabras, que se las lleva el viento.

¿Verdad que tú no puedes obligar a nadie a ser tu amigo, por mucho que lo intentes? ¿Verdad que no puedes obligar a aquel chico o chica por quien sientes algo especial, a que te quiera de la misma manera? Pues si comprendemos el cielo como el regalo del amor de Dios en plenitud, entenderás que Dios nos lo ofrece, pero no puede obligarnos a corresponderle.

Tradicionalmente, esto se ha explicado hablando de un Juicio Final. Como si Jesús hubiera de sentarse en un tribunal y dar a cada uno la condena o el premio merecido. Pero, en realidad, ya hemos dicho que Él a todos nos da el premio, depende de nosotros aceptarlo o no. San Juan, en su Evangelio, lo tiene clarísimo: "Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él" (Jn. 3,17)

Por tanto, ese juicio es final porque será al final cuando todo quede claro y todo aparezca a la luz. Pero ese juicio comienza ya hoy. Es un examen final, pero a la vez es evaluación continua. Esto lo entiendes, ¿verdad? La evaluación continua quiere decir que la actitud que hoy tengas en clase influirá en la nota global. Pues eso. Pero con la ventaja de que siempre se nos da la oportunidad de volver a empezar. Nunca es tarde.

Sin embargo, no te pongas nervioso por el hecho de que haya comparado el juicio final con los exámenes. Mira, San Juan de la Cruz decía: "Al atardecer de la vida nos examinarán en el amor". Es decir, que podemos comparar este juicio con un examen, pero un examen del que ya sabemos la única pregunta: nos preguntarán cuánto y cómo hemos amado a los demás.

¿Vas a ser tan tonto de suspender un examen del que sabes las preguntas con tanta antelación? Tú mismo.





La palabra de Jesús:

"Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa a las ovejas de los cabritos. Pondrá a las ovejas a su derecha y los cabritos a su izquierda.

Entonces dirá el Rey a los de su derecha:

- Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparada para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era forastero y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme.

Entonces, los justos le responderán:

- Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y te acogimos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?

Y el Rey les dirá:

- En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.

Entonces, dirá también a los de su izquierda:

- Apartaos de mí, malditos; id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, era forastero y no me acogisteis, estaba desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis.

Entonces éstos dirán:

- Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o forastero, o desnudo, o enfermo, o en la cárcel, y no te asistimos?

Y él entonces les responderá:

- En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo.

Y éstos irán a un castigo eterno y los justos a una vida eterna".

(Del Evangelio de Mateo, capítulo 25, versículos del 31 al 46. Mt. 25,31-46)



También puedes leer...

Mt. 7, 1-5                                 "No juzguéis y no seréis juzgados".

Mt. 12, 33-35                           "El árbol se conoce por su fruto".

Mt. 13, 24-30.36-43                "Lo mismo que la cizaña se entresaca y se quema, así sucederá al fin del mundo (...) a los obradores de iniquidad los arrojarán en el horno de fuego".

Mt. 22, 2-10                             "Envió sus siervos a llamar a los invitados a la boda, pero no quisieron venir".

Mt. 25, 14-30                           "Porque al que tiene se le dará y le sobrará, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene".

Mc. 8, 35-38                            "¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?".

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