XII. AL TERCER DÍA RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS


Jesús está vivo. Esto es lo que le hace absolutamente diferente de cualquier otro personaje histórico. ¿Quién, en su sano juicio, se atrevería hoy a dar su vida por Napoleón Bonaparte, o por César, o por Cleopatra...? ¿Quién arriesgaría lo más mínimo su vida por Cristóbal Colón, por Platón o por Isaac Newton? Sin embargo, hoy, casi dos mil años después de su muerte, muchos hombres y mujeres son capaces de entregar su vida por Cristo. Entregarla en el servicio cotidiano a los demás, o en el silencio de la oración, o incluso derramando su sangre. ¿De dónde les viene la fuerza necesaria para ello? De Cristo. Porque Él resucitó y está vivo.

¿Cómo fue la resurrección de Jesucristo? Es difícil de explicar. De hecho, nadie le vio resucitar. Le vieron ya resucitado. Se apareció a María Mag­dalena, se apareció varias veces a los discípulos. Pero es difícil explicar cómo resucitó, porque siendo un acontecimiento que ocurre en la historia, va más allá de la historia. Cuando Jesús resucita, no resucita para volver a esta vida, sino a otra diferente: la vida eterna. Jesús resucita para no volver a morir nunca más.

Cuando Jesús resucitó a Lázaro, en realidad sólo lo revivió, es decir, lo devolvió a esta vida. Años más tarde, Lázaro volvería a morir definitivamente. Sin embargo, Jesús resucitado ya no estará nunca más sometido a la muerte. Nunca. Ha resucitado para siempre. Los sencillos testimonios que los Evangelios recogen sobre la resurrección insisten en que se trata del mismo Jesús que habían conocido, el mismo que habían visto morir en la cruz; pero también destacan que ya vive de un modo diferente. Por ejemplo, explican que se presentó en medio de ellos, a pesar de que tenían todas las puertas cerradas por miedo a los judíos. Jesús no vuelve a esta vida, sino que comienza otra definitiva.

¿Resucitó Jesús al tercer día? Muchos alumnos en clase me han dicho que no les salen las cuentas.

Quizá convenga decir, en primer lugar, que los judíos no cuentan los días como nosotros. Para ellos, el día comienza al atardecer, hacia las siete o las ocho de la tarde, y no al amanecer. Pero, tal vez, no haga falta ni esta explicación.

Fíjate bien: no dice que Jesús resucitó tres días después, sino "al tercer día", que no es exactamente lo mismo. Por otra parte, puede tratarse de una metáfora, de un símbolo. Seguramente, se insiste en ello para recalcar que Jesús estaba muerto y bien muerto. Si hubiera resucitado el mismo día, se podría haber sospechado de un estado de catalepsia, de una muerte aparente. Y ya hemos comentado que la muerte de Jesús fue ab­solutamente real. Estuvo muerto y bien muerto. Muerto y enterrado. Y al tercer día resucitó.

¿Es absurdo creer en la resurrección de Jesús?

¡No!

Ciertamente, no es un hecho que pueda probarse científicamente, pero podemos hallar razones que nos inviten a creer en él. Hay suficientes huellas razonables de la resurrección de Jesús gracias a las cuales, aunque la resurrección es algo que aceptamos por la fe, no lo aceptamos en contra de la razón, de la inteligencia o del sentido común. Te lo repito: los cristianos (y en el mundo somos más de mil millones) no somos imbéciles que nos tragamos cualquier cuento.

¿Recuerdas el panorama desolador que describimos al hablar de la muerte de Jesús? ¿Recuerdas que hablamos de fracaso y de que todo había terminado? ¿Cómo es posible, entonces, que todo volviera a comenzar, y con tanta fuerza? ¿Cómo es posible que aquellos hombres cobardes, que huyeron cuando vieron cerca la muerte de Jesús, que le abandonaron, de pronto se convirtieran en hombres valerosos que anunciaban sin ningún miedo lo que habían visto y oído? No olvides que, de hecho, casi todos los apóstoles murieron mártires; prác­ticamente, todos dieron su vida por Jesús. ¿De dónde sacaron esa convicción y ese valor, aquéllos que tanto dudaron el viernes santo, aquéllos que salieron corriendo muertos de miedo?

La resurrección de Jesús es la hipótesis más lógica. Seguro que encontrarás gente que te dirá que todo fue un montaje de los discípulos. Quizá robaron el cuerpo de Jesús y lo escondieron. Tal vez habían urdido un plan para conseguir una posición de poder, o ganar dinero. Es otra hipótesis. Pero se necesita una fe más ciega para creer esta hipótesis que para aceptar la resurrección.

Hemos de tener en cuenta que los Doce eran gente humilde, gente sencilla, pescadores la mayoría de ellos. Resulta difícil pensar que pudieran haber trazado algún plan semejante y con tanto éxito. Además, no olvides que ellos no conocieron la Iglesia como la conocemos nosotros: ellos sólo vivieron per­secuciones. Ellos no vivieron rodeados de lujo y honores; ellos dieron su vida por Jesús. Casi todos murieron mártires. Si todo fue un montaje, a ellos personal­mente no les salió muy bien, ¿no crees?

En los primeros siglos, el cristianismo se extendía, sobre todo, entre las clases humildes, entre la gente sencilla. Pocos eran los poderosos, pocos los ricos, pocos los sabios del mundo, que se unían a la Iglesia. La doctrina de Jesús era juzgada absurda por la mayoría. Un Mesías crucificado era impensable para los judíos: Dios habría rescatado de la cruz al verdadero Mesías. Un Dios crucificado era un imbecilidad para los griegos y los romanos, que creían en aquellos dioses y héroes tan poderosos, rodeados de belleza y de placeres; dioses y héroes en cuyas manos estaba la vida de los hombres. Pues ya ves, los cristianos predicaron (y predicamos aún hoy) a un Dios crucificado. Un Dios que pone su propia vida en manos de los hombres. Y en esa imbecilidad, en ese absurdo, en esa debilidad, descubrimos el poder de Dios. Descubrimos su amor.

La resurrección de Jesús fue su confirmación como Mesías, su confirmación como Hijo de Dios. El Padre, que parecía haberle abandonado el viernes santo, en realidad estaba con Él en el silencio. Pero por fin aquel domingo, el primer domingo de Pascua, Dios rompió su silencio y habló. La resurrección de Jesús es la palabra definitiva de Dios Padre.

Y Dios cumplirá su palabra. Todos estamos llamados a participar de esa resurrección. La última palabra en nuestra vida ya no la tiene la muerte. La última palabra la tiene Dios: una palabra de vida y esperanza; una palabra de resurrección.

No lo olvides nunca. Cuando en tu vida te parezca que es de noche, cuando pienses que todo es absurdo, cuando sientas que Dios calla, que no está, que se ha ido de vacaciones; cuando creas que tu vida es un eterno viernes santo, no olvides que siempre después del viernes santo llega el domingo de resurrección. Después de la Pasión llega la Pascua. Después del invierno, llegará la pri­mavera.

Dios, que tanto calla, tendrá la última palabra.





La palabra de Jesús:

El primer día de la semana (el domingo), María Magdalena fue al sepulcro de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, y vio la piedra quitada del sepulcro. Echó a correr y llegó donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo a quien Jesús quería, y les dijo:

- Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.

Salieron Pedro y el otro discípulo y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro, y llegó primero. Se inclinó y vio las vendas en el suelo, pero no entró. Llegó después Simón Pedro, entró en el sepulcro y vio las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, vio y creyó; pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura, Jesús debía resucitar de entre los muertos. Los discípulos entonces volvieron a casa.

(Del Evangelio de Juan, capítulo 20, versículos del 1 al 10.   Jn. 20, 1-10)




Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que estaba a unos setenta estadios de Jerusalén, y conversan entre ellos sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que mientras con­versaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y se puso a caminar con ellos; pero sus ojos no eran capaces de reconocerle. Él les dijo:

- ¿De qué discutís entre vosotros por el camino?

Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió:

- ¿Eres tú el único en Jerusalén que no sabe las cosas que ha pasado allí estos días?

Él les preguntó:

- ¿Qué?

Ellos le dijeron:

- Lo de Jesús de Nazaret, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le han condenado a muerte y le han crucificado. Nosotros esperábamos que él fuera el que iba a liberar a Israel; pero con todas estas cosas, ya han pasado tres días desde que todo esto sucedió. El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque han ido de madrugada al sepulcro, y al no encontrar el cuerpo, vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles que decían que él vivía. Algunos de los nuestros han ido también al sepulcro, y lo han encontrado como han dicho las mujeres, pero a él no le han visto.

Él les dijo:

- ¡Qué insensatos y lentos de corazón para entender todo lo que anunciaron vuestros profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en la gloria?

Y empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en toda las Escrituras.

Al acercarse al pueblo donde iban, él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron diciéndole:

- Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya se acaba.

Y entró a quedarse con ellos.

Y sucedió que cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron. Pero él desapareció de su lado. Y el uno al otro se decían:

- ¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?

Y levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían:

- ¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!

Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan".

(Del Evangelio de Lucas, capítulo 24, versículos del 13 al 35.   Lc. 24, 13-35)

También puedes leer...

Mt. 28                          "Dieron una buena suma de dinero a los soldados advirtién­doles:
                                    -Decid que sus discípulos vinieron de noche y le robaron mientras nosotros dormíamos".

Mc. 16                         "Se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios".

Jn. 20-21                     "-Mujer, ¿por qué lloras?
-Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto".

"Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré".

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