XI. DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS


Muchas veces te habrán dicho que Dios está arriba en el cielo, y el demonio está abajo en el infierno. Sin embargo, cuentan que uno de los primeros cosmonautas rusos que viajó por el espacio, al regresar a la Tierra declaró, con cierta ironía, que por allá arriba no había encontrado a Dios. Y mucho me temo que por mucho que escarbes y agujerees el suelo, no encontrarás el infierno allí abajo. Así, pues, lo de arriba y abajo son simples maneras de hablar; simples metáforas.

Probablemente, te habrás preguntado más de una vez por qué todo el tema de Dios está explicado con tantas metáforas y, como consecuencia, con tanta inexactitud. O sea, te habrás preguntado por qué no somos un poco más científicos y exactos al hablar de Dios y de las cuestiones con Él relacionadas.

Verás. Los que creemos en Dios no somos necesariamente tontos ni imbéciles, no necesariamente incultos ni trasnochados. Vamos, que no es que no nos enteremos de la movida. Te digo esto porque más de un alumno me ha dicho que parece mentira que, en el siglo XXI, yo todavía pueda creerme ciertas cosas.

Si recuerdas las primeras páginas, al comentar la primera palabra, "CREO", explicábamos que lo importante no es creerse una serie de cosas, sino creer en Dios, es decir, fiarse de Él.

Es cierto, sin embargo, que la fe incluye creer algunas cosas. Pero no ab­surdamente. La fe puede explicarse, puede racionalizarse. Este mismo libro que estás leyendo, es un intento de razonar la fe. Pero la fe no puede quedarse sólo en la razón. No puede afectar sólo al cerebro. La fe es, sobre todo, cosa del corazón.

Por encima de todo, la fe es una experiencia personal. Y, como en todas las experiencias personales, en ella entran en juego muchos y variados elementos. Racionales y emocionales, entre otros. Algunos de estos elementos pueden explicarse de modo más o menos científico, pero otros no.

Un ejemplo. Supongamos que tú estás locamente enamorado o enamorada de una chica o un chico de tu clase. Pero, ¿qué significa exactamente estar enamorado? Desde el punto de vista científico significa que se te acelera el corazón cuando se acerca, que comienzas a segregar más saliva, que te sudan las manos, te tiemblan las piernas y otras cosas así. Pero estarás de acuerdo conmigo en que ésa es una manera muy pobre de describir qué es un enamoramiento. Todo lo científica y constatable que quieras, pero esos efectos, aunque son evidentes y se pueden comprobar, no acaban de explicarnos qué es, de verdad, estar enamorado.

Otro ejemplo. ¿Has visto la película Rain Man? En un ascensor, la chica le da al personaje autista su primer beso en la boca. Después le pregunta: "¿Qué te ha parecido?". Y él responde simplemente: "Húmedo". La mayoría solemos reír, o sonreír al menos, ante esta respuesta. ¿Por qué? ¡Hombre!, porque no podemos decir que sea mentira, pero claro, es una manera muy pobre de resumir lo que es un beso. Es como si aquel personaje no hubiera captado lo más importante, lo más interesante. Pero es que eso, precisamente eso, no es tan fácil de concretar y de explicar con palabras.

Algo así ocurre con la fe en Dios. Como es, sobre todo, una experiencia personal, es difícil de comunicar con exactitud, y siempre tenemos que recurrir al ejemplo y la comparación para explicarla. Y nos damos cuenta de que nunca acabamos de decir bien lo que querríamos decir exactamente. Es como si no pudiera traducirse en palabras lo que sentimos. Por eso tenemos que servirnos de las metáforas y hasta de la poesía. Como cuando nos enamoramos.

Y, además, si quien nos escucha no ha hecho alguna vez una experiencia parecida, es muy probable que no pueda entendernos. Si tú intentas explicar tu enamoramiento a un amigo o amiga que nunca ha estado enamorado, puede ocurrir que no te acabe de entender o, incluso, que se ría de las cosas que le explicas. No está en sintonía contigo. Por eso, muchas veces, cuando vemos a una pareja de enamorados, nos parecen tontas o ñoñas las cosas que se dicen o cómo se comportan. Pero cuando nos enamoramos, hacemos y decimos las mismas cosas o parecidas, las mismas tonterías. Pero entonces ya no nos parecen tan tontas.

Por eso utilizamos las metáforas y las comparaciones. Decir que el cielo está arriba y el infierno abajo, sólo es una manera de hablar. Cielo e infierno no son lugares. Ir al cielo es compartir eternamente el amor de Dios, participar de su vida divina. El infierno es cerrarse a esa realidad, a ese regalo amoroso y gratuito de Dios. Hablaremos de ello cuando hablemos del juicio final.

... ... ... ... ...

Pero vamos a explicar esta metáfora que nos ocupa. ¿Qué quiere decir que Jesús bajó a los infiernos?

El primer significado es que Jesús experimentó, como todo ser humano, la soledad radical de la existencia. Recuerda que hemos dicho que en la cruz gritó: "¡Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?".

No pretendo decir que Jesús se desesperara. Probablemente, pronunció esas palabras porque son el inicio de un salmo del Antiguo Testamento, que él habría  utilizado muchas veces para rezar. Pero aunque no llegara a la desesperación, Jesús experimentó esa soledad radical que vamos experimentando todos en muchos momentos de nuestra vida y que llegará a su punto culminante cuando debamos enfrentarnos a nuestra propia muerte. ¿Te imaginas lo que ese momento puede ser? ¿No crees que puede resultar acertado y significativo referirse a ese momento hablando de un descenso a los infiernos? ¿No decimos, en suma, que muerte e infierno son consecuencia de una misma realidad: el pecado?

En el fondo, esta metáfora no hace sino poner de manifiesto la radicalidad del significado de la muerte de Cristo. Bajó lo más abajo posible: hasta la muerte. Y así será más grande el contraste cuando nos diga que subió a los cielos. Ya lo hemos dicho en páginas anteriores: la encarnación de Jesús, el hacerse hombre, no fue un entretenimiento, no fue un juego hecho a medias. Fue una vivencia radical. Con todas las consecuencias. La muerte de Jesús no es ninguna metáfora: Jesús murió realmente.

Con su muerte, Jesús comparte ese infierno común de todos los seres humanos, que es la muerte. Con su resurrección, nos liberará de él: la muerte ya no será una condena, sino un paso hacia nuestra liberación. La muerte ya no será bajar lo más abajo posible, sino subir lo más alto posible. Subir hasta Dios.

Pero hay más. Ya hemos hablado del significado salvífico de la muerte de Jesús. La salvación que Él nos ofrece es para todos los hombres, sin excepción. De todo el mundo y de todas las épocas. Para sus contemporáneos y para los que hemos ido viviendo después. También para los que  vivieron antes de Jesús.

No sé si te has fijado que en esta afirmación se habla de los infiernos, en plural. No infierno, sino infiernos. Parece ser que, en aquella época, se llamaba infiernos, en plural, a la situación en la que se encontraban todos los muertos. No sólo los que habían sido malos (digámoslo así, de momento), sino todos. Estar en los infiernos era estar muerto. Simplemente.

Afirmar que Jesús descendió a los infiernos es afirmar que los efectos salvíficos de su muerte se extendieron también a quienes habían vivido antes que Él. Es decir, a todos los seres humanos, desde el primero hasta el último. "A los vivos y a los muertos", que es la expresión que usaremos al hablar del juicio final.

En Jesús, Dios regala su salvación a todos. Sin excepción.



La palabra de Jesús:

Algunos escribas y fariseos dijeron a Jesús:

- Maestro, queremos ver una señal hecha por ti.

Pero él les contestó:

- ¡Generación malvada y adúltera! Pide una señal y no se le dará otra señal que la señal de Jonás.  Pues de la misma manera que Jonás estuvo en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así también el Hijo del hombre estará en el seno de la tierra tres días y tres noches. Los ninivitas se levantarán en el Juicio contra esta generación y la conde­narán; porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás. La Reina del Mediodía se levantará en el juicio contra los hombres de esta generación y los condenará; porque ella vino de los confines de la tierra a oír la sabiduría de Salomón; y aquí hay uno que es más que Salomón.

Y acercándose los discípulos, preguntaron a Jesús:

- ¿Por qué hablas a la gente en parábolas?

Él respondió:


- A vosotros se os ha regalado el poder comprender los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene se le dará y le sobrará, pero a quien no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden. En ellos se cumple la profecía de Isaías: 'Oír oiréis, pero no entenderéis; mirar miraréis, pero no veréis. Porque el corazón de este pueblo se ha hecho insensible, han hecho duros sus oídos y han cerrado sus ojos (...)'.

Y añadió:

- ¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Porque os digo que muchos profetas y justos quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron.

(Del Evangelio de Mateo, capítulo 12, versículos del 38 al 42 y capítulo 13, versículos del 10 al 17. Mt. 12,38-42.13,10-17)



No hay comentarios:

Publicar un comentario