Muchas
veces te habrán dicho que Dios está arriba
en el cielo, y el demonio está abajo
en el infierno. Sin embargo, cuentan que uno de los primeros cosmonautas rusos
que viajó por el espacio, al regresar a la Tierra declaró, con cierta ironía,
que por allá arriba no había
encontrado a Dios. Y mucho me temo que por mucho que escarbes y agujerees el
suelo, no encontrarás el infierno allí abajo.
Así, pues, lo de arriba y abajo son simples maneras de hablar;
simples metáforas.
Probablemente,
te habrás preguntado más de una vez por qué todo el tema de Dios está explicado
con tantas metáforas y, como consecuencia, con tanta inexactitud. O sea, te
habrás preguntado por qué no somos un poco más científicos y exactos al hablar
de Dios y de las cuestiones con Él relacionadas.
Verás.
Los que creemos en Dios no somos necesariamente tontos ni imbéciles, no
necesariamente incultos ni trasnochados. Vamos, que no es que no nos enteremos de la movida. Te digo esto
porque más de un alumno me ha dicho que parece mentira que, en el siglo XXI, yo
todavía pueda creerme ciertas cosas.
Si
recuerdas las primeras páginas, al comentar la primera palabra, "CREO", explicábamos que lo
importante no es creerse una serie de
cosas, sino creer en Dios, es decir, fiarse de Él.
Es
cierto, sin embargo, que la fe incluye creer algunas cosas. Pero no absurdamente.
La fe puede explicarse, puede racionalizarse. Este mismo libro que estás
leyendo, es un intento de razonar la fe. Pero la fe no puede quedarse sólo en
la razón. No puede afectar sólo al cerebro. La fe es, sobre todo, cosa del
corazón.
Por
encima de todo, la fe es una experiencia personal. Y, como en todas las experiencias
personales, en ella entran en juego muchos y variados elementos. Racionales y
emocionales, entre otros. Algunos de estos elementos pueden explicarse de modo
más o menos científico, pero otros no.
Un
ejemplo. Supongamos que tú estás locamente enamorado o enamorada de una chica o
un chico de tu clase. Pero, ¿qué significa exactamente estar enamorado? Desde
el punto de vista científico significa que se te acelera el corazón cuando se
acerca, que comienzas a segregar más saliva, que te sudan las manos, te
tiemblan las piernas y otras cosas así. Pero estarás de acuerdo conmigo en que
ésa es una manera muy pobre de describir qué es un enamoramiento. Todo lo
científica y constatable que quieras, pero esos efectos, aunque son evidentes y
se pueden comprobar, no acaban de explicarnos qué es, de verdad, estar
enamorado.
Otro
ejemplo. ¿Has visto la película Rain Man?
En un ascensor, la chica le da al personaje autista su primer beso en la boca.
Después le pregunta: "¿Qué te ha
parecido?". Y él responde simplemente: "Húmedo". La mayoría solemos reír, o sonreír al menos,
ante esta respuesta. ¿Por qué? ¡Hombre!, porque no podemos decir que sea
mentira, pero claro, es una manera muy pobre de resumir lo que es un beso. Es
como si aquel personaje no hubiera captado lo más importante, lo más interesante.
Pero es que eso, precisamente eso, no es tan fácil de concretar y de explicar
con palabras.
Algo
así ocurre con la fe en Dios. Como es, sobre todo, una experiencia personal, es
difícil de comunicar con exactitud, y siempre tenemos que recurrir al ejemplo y
la comparación para explicarla. Y nos damos cuenta de que nunca acabamos de
decir bien lo que querríamos decir exactamente. Es como si no pudiera
traducirse en palabras lo que sentimos. Por eso tenemos que servirnos de las
metáforas y hasta de la poesía. Como cuando nos enamoramos.
Y,
además, si quien nos escucha no ha hecho alguna vez una experiencia parecida,
es muy probable que no pueda entendernos. Si tú intentas explicar tu enamoramiento
a un amigo o amiga que nunca ha estado enamorado, puede ocurrir que no te acabe
de entender o, incluso, que se ría de las cosas que le explicas. No está en
sintonía contigo. Por eso, muchas veces, cuando vemos a una pareja de
enamorados, nos parecen tontas o ñoñas las cosas que se dicen o cómo se
comportan. Pero cuando nos enamoramos, hacemos y decimos las mismas cosas o
parecidas, las mismas tonterías. Pero
entonces ya no nos parecen tan tontas.
Por eso
utilizamos las metáforas y las comparaciones. Decir que el cielo está arriba y el infierno abajo, sólo es una manera de hablar.
Cielo e infierno no son lugares. Ir al cielo es compartir eternamente el amor
de Dios, participar de su vida divina. El infierno es cerrarse a esa realidad,
a ese regalo amoroso y gratuito de Dios. Hablaremos de ello cuando hablemos del
juicio final.
... ...
... ... ...
Pero
vamos a explicar esta metáfora que nos ocupa. ¿Qué quiere decir que Jesús bajó a los infiernos?
El
primer significado es que Jesús experimentó, como todo ser humano, la soledad
radical de la existencia. Recuerda que hemos dicho que en la cruz gritó: "¡Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?".
No
pretendo decir que Jesús se desesperara. Probablemente, pronunció esas palabras
porque son el inicio de un salmo del Antiguo Testamento, que él habría utilizado muchas veces para rezar. Pero
aunque no llegara a la desesperación, Jesús experimentó esa soledad radical que
vamos experimentando todos en muchos momentos de nuestra vida y que llegará a
su punto culminante cuando debamos enfrentarnos a nuestra propia muerte. ¿Te
imaginas lo que ese momento puede ser? ¿No crees que puede resultar acertado y
significativo referirse a ese momento hablando de un descenso a los infiernos? ¿No decimos, en suma, que muerte e
infierno son consecuencia de una misma realidad: el pecado?
En el
fondo, esta metáfora no hace sino poner de manifiesto la radicalidad del
significado de la muerte de Cristo. Bajó
lo más abajo posible: hasta la muerte. Y así será más grande el contraste
cuando nos diga que subió a los cielos.
Ya lo hemos dicho en páginas anteriores: la encarnación de Jesús, el hacerse
hombre, no fue un entretenimiento, no fue un juego hecho a medias. Fue una
vivencia radical. Con todas las consecuencias. La muerte de Jesús no es ninguna
metáfora: Jesús murió realmente.
Con su
muerte, Jesús comparte ese infierno común de todos los seres humanos, que es la
muerte. Con su resurrección, nos liberará de él: la muerte ya no será una
condena, sino un paso hacia nuestra liberación. La muerte ya no será bajar lo más abajo posible, sino subir lo más alto posible. Subir hasta
Dios.
Pero
hay más. Ya hemos hablado del significado salvífico de la muerte de Jesús. La
salvación que Él nos ofrece es para todos los hombres, sin excepción. De todo
el mundo y de todas las épocas. Para sus contemporáneos y para los que hemos
ido viviendo después. También para los que
vivieron antes de Jesús.
No sé
si te has fijado que en esta afirmación se habla de los infiernos, en plural. No infierno,
sino infiernos. Parece ser que, en
aquella época, se llamaba infiernos,
en plural, a la situación en la que se encontraban todos los muertos. No sólo
los que habían sido malos (digámoslo así, de momento), sino todos. Estar en los infiernos era estar muerto.
Simplemente.
Afirmar
que Jesús descendió a los infiernos es afirmar que los efectos salvíficos de su
muerte se extendieron también a quienes habían vivido antes que Él. Es decir, a
todos los seres humanos, desde el primero hasta el último. "A los vivos y a los muertos", que es la expresión que
usaremos al hablar del juicio final.
En
Jesús, Dios regala su salvación a todos. Sin excepción.
La palabra de Jesús:
Algunos escribas y fariseos dijeron a Jesús:
- Maestro, queremos ver una señal hecha por ti.
Pero él les contestó:
- ¡Generación malvada y adúltera! Pide una señal y no
se le dará otra señal que la señal de Jonás.
Pues de la misma manera que Jonás estuvo en el vientre del cetáceo
tres días y tres noches, así también el Hijo del hombre estará en el seno de
la tierra tres días y tres noches. Los ninivitas se levantarán en el Juicio
contra esta generación y la condenarán; porque ellos se convirtieron con la
predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás. La Reina del
Mediodía se levantará en el juicio contra los hombres de esta generación y
los condenará; porque ella vino de los confines de la tierra a oír la
sabiduría de Salomón; y aquí hay uno que es más que Salomón.
Y acercándose los discípulos, preguntaron a Jesús:
- ¿Por qué hablas a la gente en parábolas?
Él respondió:
- A vosotros se os ha regalado el poder comprender los
misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene se
le dará y le sobrará, pero a quien no tiene se le quitará hasta lo que tiene.
Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven y oyendo no oyen ni
entienden. En ellos se cumple la profecía de Isaías: 'Oír oiréis, pero no
entenderéis; mirar miraréis, pero no veréis. Porque el corazón de este pueblo
se ha hecho insensible, han hecho duros sus oídos y han cerrado sus ojos
(...)'.
Y añadió:
- ¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros
oídos, porque oyen! Porque os digo que muchos profetas y justos quisieron ver
lo que vosotros veis, pero no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, pero no
lo oyeron.
(Del Evangelio de Mateo, capítulo 12, versículos del 38
al 42 y capítulo 13, versículos del 10 al 17. Mt. 12,38-42.13,10-17)
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