VIII. NUESTRO SEÑOR


Jesús es el Señor. Sólo a Él vale la pena adorar. Sólo a Él ofrecer la propia vida.

Cuando ya los primeros cristianos afirmaban el señorío de Jesús, cuando repetían "Jesús es Señor", querían significar, en primer lugar, la divinidad de Jesús. Él, que es el Hijo único de Dios, es también Dios. Porque el título de Señor sólo corresponde a Dios.

Y el reconocimiento de Cristo como el único Señor, nos recuerda que todos somos hermanos y a nadie debemos someternos de manera absoluta. Nuestra libertad, regalo precioso de Dios, sólo a Él debe someterse plenamente. Por encima de cualquier norma e institución, Dios se hace presente en la conciencia de cada uno de nosotros. Y, en último término, sólo ante Él debemos rendir cuentas. Sólo a Él dar explicaciones de nuestros actos.

Reconocer que Jesús es el Señor de mi vida significa estar dispuesto a dejar que Él la guíe, requiere dejarle mandar en ella. Yo no soy el dueño absoluto de mi vida.

Sólo desde la fe puede aceptarse esta realidad. Sin ella, el propio yo se enorgullece hasta el punto de olvidar que no se ha hecho a sí mismo.

Jesús es el Señor. Reconocerlo significa aceptar sus planes para mí. Dejarme conducir por Él. Tenerle en cuenta en mi vida.

Esto no quiere decir que debo renunciar a mi autonomía y vivir sometido. No supone que debo pasarme el día rezando, para saber qué quiere Él de mí. No significa que debo vivir triste y amargado.

Aceptar el señorío de Jesús sobre mi vida es aceptar que mi vida tiene un sentido que le viene regalado. Es vivir cada jornada, cada momento, como un don. Es creer que la felicidad es posible, a pesar de que con frecuencia parezca que se esconde.

Jesús es el Señor. Pero un Señor que no nos hace esclavos ni sirvientes. Nos hace hermanos.

Jesús es el Señor. Y el día que nos lo creamos de verdad, el día que le dejemos auténticamente conducir nuestra vida, ese día perderemos todos los miedos. Ese día seremos auténticamente libres.






La palabra de Jesús:

No todo el que me diga “Señor, Señor” entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel día:

- Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?

Pero yo les contestaré:

- Jamás os conocí. Apartaos de mí, malvados.

Así, pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y embistieron contra aquella casa; pero la casa no cayó, porque estaba cimentada sobre roca.

Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina.

Y sucedió que cuando acabó Jesús estos discursos, la gente quedaba asombrada de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.

(Del Evangelio de Mateo, capítulo 7, versículos del 21 al 29. Mt. 7,21-29)



  
También puedes leer...

Mt. 6,24                       "Nadie puede servir a dos señores".

Mt. 20,20-28                "Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos".

Lc. 5,17-26                  "¿Por qué blasfema? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?".

Jn. 8, 31-38                 "La Verdad os hará libres".

Jn. 13.1-15                  "Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien, porque lo soy".

Jn. 15, 9-16                 "Ya no os llamo siervos (...) a vosotros os he llamado amigos".

Jn. 20,19-29                "Señor mío y Dios mío".

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