Jesús
es el Señor. Sólo a Él vale la pena adorar. Sólo a Él ofrecer la propia vida.
Cuando
ya los primeros cristianos afirmaban el señorío de Jesús, cuando repetían "Jesús es Señor", querían
significar, en primer lugar, la divinidad de Jesús. Él, que es el Hijo único de
Dios, es también Dios. Porque el título de Señor sólo corresponde a Dios.
Y el
reconocimiento de Cristo como el único Señor, nos recuerda que todos somos
hermanos y a nadie debemos someternos de manera absoluta. Nuestra libertad, regalo
precioso de Dios, sólo a Él debe someterse plenamente. Por encima de cualquier
norma e institución, Dios se hace presente en la conciencia de cada uno de
nosotros. Y, en último término, sólo ante Él debemos rendir cuentas. Sólo a Él
dar explicaciones de nuestros actos.
Reconocer
que Jesús es el Señor de mi vida significa estar dispuesto a dejar que Él la
guíe, requiere dejarle mandar en ella. Yo no soy el dueño absoluto de mi vida.
Sólo
desde la fe puede aceptarse esta realidad. Sin ella, el propio yo se enorgullece
hasta el punto de olvidar que no se ha hecho a sí mismo.
Jesús
es el Señor. Reconocerlo significa aceptar sus planes para mí. Dejarme conducir
por Él. Tenerle en cuenta en mi vida.
Esto no
quiere decir que debo renunciar a mi autonomía y vivir sometido. No supone que
debo pasarme el día rezando, para saber qué quiere Él de mí. No significa que
debo vivir triste y amargado.
Aceptar
el señorío de Jesús sobre mi vida es aceptar que mi vida tiene un sentido que
le viene regalado. Es vivir cada jornada, cada momento, como un don. Es creer
que la felicidad es posible, a pesar de que con frecuencia parezca que se esconde.
Jesús
es el Señor. Pero un Señor que no nos hace esclavos ni sirvientes. Nos hace
hermanos.
Jesús
es el Señor. Y el día que nos lo creamos de verdad, el día que le dejemos
auténticamente conducir nuestra vida, ese día perderemos todos los miedos. Ese
día seremos auténticamente libres.
La palabra de Jesús:
No todo el que me diga “Señor, Señor” entrará en el
Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial.
Muchos me dirán aquel día:
- Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu
nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?
Pero yo les contestaré:
- Jamás os conocí. Apartaos de mí, malvados.
Así, pues, todo el que oiga estas palabras mías y las
ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre
roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y
embistieron contra aquella casa; pero la casa no cayó, porque estaba
cimentada sobre roca.
Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga
en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena:
cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron
contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina.
Y sucedió que cuando acabó Jesús estos discursos, la
gente quedaba asombrada de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene
autoridad y no como los escribas.
(Del Evangelio de Mateo, capítulo 7, versículos del 21
al 29. Mt. 7,21-29)
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También puedes leer...
Mt. 6,24 "Nadie puede servir a dos señores".
Mt. 20,20-28 "Porque el Hijo del hombre no ha venido
para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos".
Lc. 5,17-26 "¿Por qué blasfema? ¿Quién puede
perdonar pecados sino sólo Dios?".
Jn. 8, 31-38 "La Verdad os hará libres".
Jn. 13.1-15 "Vosotros me llamáis el Maestro y el
Señor, y decís bien, porque lo soy".
Jn. 15, 9-16 "Ya no os llamo siervos (...) a vosotros
os he llamado amigos".
Jn. 20,19-29 "Señor mío y Dios mío".
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