Jesús
nació de una mujer. Como tú y como yo. Como todos. No fue un marciano, no fue
un extraterrestre. No llegó montado en un O.V.N.I. o un platillo volante. No
apareció de repente. Nació de una mujer.
Jesús
fue un ser humano como tú y como yo. Rió y lloró, comió y durmió, se fatigó y
padeció. Como tú y como yo. Como todos.
Nosotros
creemos que Jesús era el Hijo de Dios, creemos que Él era el Señor. Pero
también creemos que se encarnó, es decir, se hizo hombre. Y no fue un juego, no
fue un entretenimiento. Se hizo hombre con todas las consecuencias, no a
medias. Se hizo hombre hasta la muerte. Y una muerte de cruz. Experimentó hasta
el extremo la radicalidad de lo que significa ser humano: saber que hemos de
morir.
¿Has
visto la película El Cuervo? Cuando
la vi me llamó la atención una frase que en ella se pronuncia: "la infancia acaba el día que sabemos
que hemos de morir".
Ser
humano significa tener conciencia de la muerte. Esta certeza es, muy probablemente,
el origen de la filosofía y hasta de la misma religión. También Jesús hizo esta
experiencia. Aceptar ser hombre significaba aceptar la certeza de que había de
morir. Y murió.
Pero,
¿existió de verdad Jesús?
De eso
no hay duda. Existen suficientes testimonios, cristianos y no cristianos, como
para no dudar de su existencia. De otros personajes del pasado se conservan
menos testimonios y nadie duda de que existieron. Quien no cree en la
existencia de Dios es un ateo. Quien no cree en la existencia de Jesús es,
sencillamente, un ignorante. Para aceptar que era el Mesías, el Hijo de Dios,
se necesita la fe; pero para aceptar su existencia histórica, la fe no es
necesaria.
Una de
las realidades que estas frases del Credo
remarcan es, precisamente, la
historicidad de la existencia de Jesús. Por eso lo sitúan en una época
concreta: "bajo el poder de Poncio
Pilato". Por eso nos dirá que nació y murió. Como tú y como yo. Como
todos.
Sin
embargo, hay algo más. Se nos dice que fue concebido por el Espíritu Santo y
que nació de una virgen. En esto ya es distinto de ti y de mí. Y ahí está la
clave: fue igual a nosotros, pero a la vez distinto. Era hombre, pero a la vez
era el Hijo de Dios.
A estas
alturas no voy a explicarte de dónde vienen los bebés. Aquellos cuentos de
París y la cigüeña están más que superados. Hoy preferimos explicar a los niños
aquello de que papá puso en mamá una semillita.
Pues
eso. En María, la Madre de Jesús, no fue ningún hombre quien depositó esa
semilla. Fue Dios directamente. De este modo quedaba subrayado que Jesús era, a
un tiempo, Hijo de Dios e hijo de los hombres, ser humano y ser divino, Dios y
hombre.
No era
necesaria la virginidad de María para mantener a salvo la divinidad de Jesús.
Tal vez sea un modo de subrayarla. Sé que te resulta difícil de aceptar:
¡Virgen y Madre! ¿Pero no es igualmente difícil aceptar que Jesús era Dios,
auténtico Dios y auténtico hombre?
A
menudo se hacen chistes sobre el papel de San José en todo este lío. Algunos
son graciosos, no lo negaré. Pero si te paras a pensar en serio sobre su
situación llegarás a la conclusión de que fue muy dura. Claro que, probablemente,
Dios le hizo entender lo que pasaba de algún modo.
En
cuanto a María, tampoco debió de resultar fácil para ella. Imagina lo que debía
suponer un embarazo antes de tiempo en aquella época. Ella, al principio, no
entendía muy bien todo aquello. ¿Cómo iba a ser posible que tuviera un hijo si
ella no había mantenido relaciones con ningún hombre? Y sin embargo, María se
fía de Dios. Y se pone en sus manos. "Hágase
en mí según tu palabra", será su decisión final.
La
maternidad virginal de María es un canto a la fe y a la confianza en Dios. Para
Él nada es imposible. Nada. Basta con confiar en Él y ponerse en sus manos.
Basta
con que te fíes.
La
Palabra de Jesús:
El mes
sexto, fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada
Nazaret, a una virgen prometida con un hombre llamado José, de la casa de
David; el nombre de la virgen era María.
Y,
entrando, el ángel le dijo:
-
Alégrate, llena de gracia. El Señor está contigo.
Ella se
turbó al oír estas palabras y discurría qué significaría aquel saludo. El
ángel le dijo:
- No
temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en tu
seno y vas a dar a luz un hijo, a
quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del
Altísimo.
María
preguntó al ángel:
- ¿Cómo
será eso, si no he mantenido relaciones con ningún hombre?
El ángel
le respondió:
- El
Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios.
Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y ya
está de seis meses la que llamaban estéril, porque nada es imposible para
Dios.
María
dijo:
- He aquí
la esclava del Señor; que se haga en mí según tu palabra.
Y el ángel
la dejó.
(Del
Evangelio de Lucas, capítulo 1, versículos del 26 al 38. Lc. 1,26-38)
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También puedes leer...
Mt. 1,18-25 "Su marido José, como era bueno y no
quería ponerla en evidencia, decidió repudiarla en secreto".
Mt. 2,1-12 "Nacido Jesús en Belén de Judea, en
tiempos del rey Herodes..."
Lc. 1,39-45 "Bendita tú entre las mujeres y bendito
el fruto de tu vientre".
Lc. 7, 11-17 "Un gran profeta ha surgido entre
nosotros. Dios ha visitado a su pueblo".
Lc. 11,27-28 "¡Dichoso el vientre que te llevó y los
pechos que te criaron!"
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