IX. QUE FUE CONCEBIDO POR OBRA Y GRACIA DEL ESPÍRITU SANTO, NACIÓ DE SANTA MARÍA VIRGEN, PADECIÓ BAJO EL PODER DE PONCIO PILATOS


Jesús nació de una mujer. Como tú y como yo. Como todos. No fue un marciano, no fue un extraterrestre. No llegó montado en un O.V.N.I. o un platillo volante. No apareció de repente. Nació de una mujer.

Jesús fue un ser humano como tú y como yo. Rió y lloró, comió y durmió, se fatigó y padeció. Como tú y como yo. Como todos.

Nosotros creemos que Jesús era el Hijo de Dios, creemos que Él era el Señor. Pero también creemos que se encarnó, es decir, se hizo hombre. Y no fue un juego, no fue un entretenimiento. Se hizo hombre con todas las consecuencias, no a medias. Se hizo hombre hasta la muerte. Y una muerte de cruz. Experimentó hasta el extremo la radicalidad de lo que significa ser humano: saber que hemos de morir.

¿Has visto la película El Cuervo? Cuando la vi me llamó la atención una frase que en ella se pronuncia: "la infancia acaba el día que sabemos que hemos de morir".

Ser humano significa tener conciencia de la muerte. Esta certeza es, muy probablemente, el origen de la filosofía y hasta de la misma religión. También Jesús hizo esta experiencia. Aceptar ser hombre significaba aceptar la certeza de que había de morir. Y murió.

Pero, ¿existió de verdad Jesús?

De eso no hay duda. Existen suficientes testimonios, cristianos y no cristianos, como para no dudar de su existencia. De otros personajes del pasado se conservan menos testimonios y nadie duda de que existieron. Quien no cree en la existencia de Dios es un ateo. Quien no cree en la existencia de Jesús es, sencillamente, un ignorante. Para aceptar que era el Mesías, el Hijo de Dios, se necesita la fe; pero para aceptar su existencia histórica, la fe no es necesaria.

Una de las realidades que estas frases del Credo remarcan es, precisamente,  la historicidad de la existencia de Jesús. Por eso lo sitúan en una época concreta: "bajo el poder de Poncio Pilato". Por eso nos dirá que nació y murió. Como tú y como yo. Como todos.

Sin embargo, hay algo más. Se nos dice que fue concebido por el Espíritu Santo y que nació de una virgen. En esto ya es distinto de ti y de mí. Y ahí está la clave: fue igual a nosotros, pero a la vez distinto. Era hombre, pero a la vez era el Hijo de Dios.

A estas alturas no voy a explicarte de dónde vienen los bebés. Aquellos cuentos de París y la cigüeña están más que superados. Hoy preferimos explicar a los niños aquello de que papá puso en mamá una semillita.

Pues eso. En María, la Madre de Jesús, no fue ningún hombre quien depositó esa semilla. Fue Dios directamente. De este modo quedaba subrayado que Jesús era, a un tiempo, Hijo de Dios e hijo de los hombres, ser humano y ser divino, Dios y hombre.

No era necesaria la virginidad de María para mantener a salvo la divinidad de Jesús. Tal vez sea un modo de subrayarla. Sé que te resulta difícil de aceptar: ¡Virgen y Madre! ¿Pero no es igualmente difícil aceptar que Jesús era Dios, auténtico Dios y auténtico hombre?

A menudo se hacen chistes sobre el papel de San José en todo este lío. Algunos son graciosos, no lo negaré. Pero si te paras a pensar en serio sobre su situación llegarás a la conclusión de que fue muy dura. Claro que, probablemente, Dios le hizo entender lo que pasaba de algún modo.

En cuanto a María, tampoco debió de resultar fácil para ella. Imagina lo que debía suponer un embarazo antes de tiempo en aquella época. Ella, al principio, no entendía muy bien todo aquello. ¿Cómo iba a ser posible que tuviera un hijo si ella no había mantenido relaciones con ningún hombre? Y sin embargo, María se fía de Dios. Y se pone en sus manos. "Hágase en mí según tu palabra", será su decisión final.

La maternidad virginal de María es un canto a la fe y a la confianza en Dios. Para Él nada es imposible. Nada. Basta con confiar en Él y ponerse en sus manos.

Basta con que te fíes.



La Palabra de Jesús:

El mes sexto, fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen prometida con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.

Y, entrando, el ángel le dijo:

- Alégrate, llena de gracia. El Señor está contigo.

Ella se turbó al oír estas palabras y discurría qué sig­nificaría aquel saludo. El ángel le dijo:


- No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en tu seno y vas a dar a luz  un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo.

María preguntó al ángel:

- ¿Cómo será eso, si no he mantenido relaciones con ningún hombre?

El ángel le respondió:

- El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque nada es imposible para Dios.

María dijo:

- He aquí la esclava del Señor; que se haga en mí según tu palabra.

Y el ángel la dejó.

(Del Evangelio de Lucas, capítulo 1, versículos del 26 al 38. Lc. 1,26-38)





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Mt. 2,1-12                    "Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes..."

Lc. 1,39-45                  "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre".

Lc. 7, 11-17                 "Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo".

Lc. 11,27-28                "¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!"

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