II. EN DIOS


La fe no es creer algo. La fe es, sobre todo, creer en Alguien. No es creer una serie de cosas, sino creer en un ser personal. La fe es creer en Dios.

Creo en Dios. En uno solo. A pesar de los muchos que me salen al encuentro. A pesar de tantas voces como intentan seducirme. A pesar de tantos señores que me exigen servidumbre.

Creo en un solo Dios. Y con mayúscula. Porque sólo uno puede ser el verdadero. Yo no creo en esas sagas de dioses que se portan como humanos. Creo en un solo Dios, al que imagino como humano, porque sólo como tal sé imaginarlo. Pero Él no es humano, Él no es como yo... aunque en mí mismo, hecho a su imagen y semejanza, hallo a veces pistas que me indican cómo es Él.

Pero mi Dios, el único en quien creo, no puede ser representado, ni imaginado, ni encerrado en una definición. Él sobrepasa mi pensamiento y mi inteligencia. Porque es Dios. Y no puede ser encerrado en algo tan pequeño como mi mente.

Por eso Dios no puede ser un mero objeto de la ciencia, en tal caso no sería Dios. Es cierto que nuestra razón puede hacer un esfuerzo para acercarse hasta Él. Lo que yo estoy haciendo ahora con mis palabras, ¿no es un intento de razonar la existencia de Dios? Sin embargo, de un modo absoluto, nadie podrá nunca demostrar la existencia de Dios, pero tampoco podrán demostrar nunca que no existe. Es una cuestión de fe. De fiarse.

Muchos de los que dicen no creer en Dios, en realidad sí que aceptan su existencia. Lo que ocurre es que no acaban de comprender el porqué de ciertas cosas, la pasividad de Dios (al menos aparente) ante ciertos acontecimientos. Pero, en el fondo, muchos creen en Él.

Siempre recordaré un viaje Barcelona–Zaragoza en coche de línea. Un matrimonio comenzó a discutir en voz alta sobre la existencia de Dios. Eran gente de campo, no parecía que tuviesen grandes estudios. Eran sencillos, pero su discusión alcanzó un cierto nivel. Y un cierto volumen. La mujer defendía la existencia de Dios; el marido la negaba. En un momento de la discusión y como queriendo zanjarla, el marido exclamó: "¡Que no! ¡Yo no creo en Dios! Y el día que lo vea se lo voy a decir".

A lo largo de estos años he ido descubriendo que algo muy parecido experimentan muchos de mis alumnos: en el fondo, aceptan o intuyen que Dios existe, pero lo que ocurre es que no están de acuerdo con Él, no pueden comprenderlo. Y es que Dios, ya lo hemos dicho, no puede ser encerrado en la mente humana.

Por este motivo no existe un nombre con que poder nombrarlo. Cuando Moisés quiso conocer el nombre de quien le enviaba, Dios le contestó: "Yo soy el que soy". Dios no puede ser encerrado en un nombre. Por eso no existe un nombre con que poder nombrarlo. Es verbo. Es. Y no puede ser substantivado.

Por eso hay que nombrarlo sólo con adjetivos (que, éstos sí, pueden ser substantivados): el Altísimo, el Todopoderoso, el Misericordioso...

"Yo soy".

Es. Existe. Por sí mismo. Nadie le ha dado la existencia. Es.

Y eso basta. Aunque yo no alcance a comprender exactamente cómo es.





La Palabra de Jesús:

Uno de los escribas se acercó a Jesús y le preguntó:

- ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?

Jesús le contestó:

- El primero es: escucha, Israel; el Señor es Dios, el Señor es uno. Amarás al Señor,  tu Dios, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos.

El escriba le dijo:

- Muy bien, maestro. Tienes razón al decir que Dios es único y que no hay otro fuera de Él. Y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.

Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo:

- No estás lejos del Reino de Dios.

(Del Evangelio de San Marcos, capítulo 12, versículos del 28 al 34. Mc. 12, 28-34)




También puedes leer...

Jn. 1, 1-18      "Y el Verbo se hizo hombre".

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